Croacia, 1498. Un jinete embozado llega en plena noche a un convento benedictino en plena noche. Dice actuar en nombre del conde Váltor y pide que uno de los novicios lleve una carreta hasta una abadía situado al otro extremo del condado. Matías es el elegido, y el chico, deseoso de vivir aventuras, acepta el encargo. Tras una serie de vicisitudes, y con toda una conjura tras el misterioso cargamento, el muchacho creerá que ha perdido toda su razón de existir tras ser destrozada la mercancía. Ignora que es pieza clave en una conspiración para salvar de las fauces del conde la misteriosa piedra filosofal, el componente alquímico que transmuta la materia. Con una nueva misión, Matías se embarcará para ser quien siempre deseó.

Estamos «En el atardecer de uno de los últimos días de la primavera del año 1498» cuando «llegó al monasterio benedictino de Upla, en Croacia, un jinete embozado. Ante la puerta del recinto solicitó ser recibido por el abad, aduciendo motivos urgentes que no podía detallar.» Matías es un novicio de ese monasterio. Ese jinete es el doctor Kelemen, médico personal del conde Váltor.
Josip Maros es el abad, al que Kelemen le solicita que elija a un miembro de su monasterio con unas determinadas características. Tras un tira y afloja, sale a relucir el nombre de Matías y le encarga transportar una misteriosa mercancía, sin hacer ninguna pregunta y sin mirar qué es. Acepta inmediatamente. Matías es un hijo bastardo de Váltor y quiere reivindicar su condición ante su padre. Después de sortear incontables obstáculos, Matías consigue llevar a cabo la misión. Por el camino, madura mucho y decide forjarse una vida distinta de la que lleva; sobre todo, renuncia a su padre y decide ser él mismo. Cuando acaba, resuelve no regresar a Croacia y recorrer la península Itálica. Allí conoce a Paracelso, un gran médico y alquimista, con el que comparte viajes y experiencias por las rutas de Europa, hasta que Paracelso muere. Después Matías se entrega a la curación de enfermos y desesperados. Cuando ve que le llega la hora de su muerte vuelve a Croacia, para su descanso eterno.

Leer este libro tras «El cuento número trece» ha sido una ráfaga de aire fresco, de texto bien escrito, lo que no quita para que me parezca que el autor lo ha dejado «colgado», que está sin rematar o que podría estarlo mucho mejor, aunque se trate de una edición revisada.

Me parece que uno de sus logros ha sido describir el efecto del producto alquímico. En la novela no queda en el limbo, sino que llega un momento en ella en que se describe cómo es y que efectos provoca cuando se manipula o se aplica. ( )